Gandhi
Los sacrificios pueden ser de muchas clases.
Uno de ellos bien puede ser trabajar por el pan. Si todos trabajaran por su sustento y nada más, habría alimento y ocio suficientes para todos. No se elevaría entonces ningún lamento por la superpoblación y no veríamos a nuestro alrededor tanta enfermedad y tanta miseria.
Trabajar así sería la forma de sacrificio más elevado. Sin duda los hombres hacen muchas cosas con su cuerpo y su mente, pero todo eso podrían ser labores de amor en pro del bien común. No habría entonces ni ricos ni pobres, ni superiores ni inferiores, ni tocables ni intocables.
Quizá éste sea un ideal inasequible; pero ésa no es razón para dejar de luchar.
Aun cuando no cumplamos enteramente la ley del sacrificio, es decir, la ley de nuestro ser, si realizamos el trabajo físico que se necesita para obtener nuestro pan cotidiano, habremos adelantado un largo trecho hacia ese ideal.
De hacerlo así, se reducirán nuestros deseos, nuestra comida se volverá muy simple. Entonces, comeremos para vivir, no viviremos para comer. A quien dude de la exactitud de esta proposición, dejémoslo que sude por su pan: encontrará que el producto de su labor tiene el mejor de los sabores, su salud mejorará y descubrirá que muchas cosas que consideraba imprescindibles eran en realidad superfluas.
¿Los hombres no pueden ganarse el pan con su trabajo intelectual? No. Las necesidades del cuerpo debe proveerlas el cuerpo. Quizá en esto se aplique bien aquello de "Al César lo que es del César".
El trabajo mental, esto es, intelectual, se relaciona con el alma y sus propias satisfacciones. Nunca debiera exigirse que sea pagada. En el estado ideal los médicos, los abogados, y otras personas semejantes debieran trabajar únicamente en beneficio de la sociedad, no para sí mismos.
La obediencia a la ley de trabajar por el pan dará lugar a una revolución silenciosa en la estructura de la sociedad. El triunfo del hombre consistirá en sustituir la lucha por la existencia por el servicio mutuo.
La ley del bruto será reemplazada por la ley del hombre.
Harijan, 29-6-’35, p. 156
Mahatma Gandhi
Uno de ellos bien puede ser trabajar por el pan. Si todos trabajaran por su sustento y nada más, habría alimento y ocio suficientes para todos. No se elevaría entonces ningún lamento por la superpoblación y no veríamos a nuestro alrededor tanta enfermedad y tanta miseria.
Trabajar así sería la forma de sacrificio más elevado. Sin duda los hombres hacen muchas cosas con su cuerpo y su mente, pero todo eso podrían ser labores de amor en pro del bien común. No habría entonces ni ricos ni pobres, ni superiores ni inferiores, ni tocables ni intocables.
Quizá éste sea un ideal inasequible; pero ésa no es razón para dejar de luchar.
Aun cuando no cumplamos enteramente la ley del sacrificio, es decir, la ley de nuestro ser, si realizamos el trabajo físico que se necesita para obtener nuestro pan cotidiano, habremos adelantado un largo trecho hacia ese ideal.
De hacerlo así, se reducirán nuestros deseos, nuestra comida se volverá muy simple. Entonces, comeremos para vivir, no viviremos para comer. A quien dude de la exactitud de esta proposición, dejémoslo que sude por su pan: encontrará que el producto de su labor tiene el mejor de los sabores, su salud mejorará y descubrirá que muchas cosas que consideraba imprescindibles eran en realidad superfluas.
¿Los hombres no pueden ganarse el pan con su trabajo intelectual? No. Las necesidades del cuerpo debe proveerlas el cuerpo. Quizá en esto se aplique bien aquello de "Al César lo que es del César".
El trabajo mental, esto es, intelectual, se relaciona con el alma y sus propias satisfacciones. Nunca debiera exigirse que sea pagada. En el estado ideal los médicos, los abogados, y otras personas semejantes debieran trabajar únicamente en beneficio de la sociedad, no para sí mismos.
La obediencia a la ley de trabajar por el pan dará lugar a una revolución silenciosa en la estructura de la sociedad. El triunfo del hombre consistirá en sustituir la lucha por la existencia por el servicio mutuo.
La ley del bruto será reemplazada por la ley del hombre.
Harijan, 29-6-’35, p. 156
Mahatma Gandhi